19 de septiembre de 2012

17 de septiembre de 2012

12 de septiembre de 2012

Tío Porno.

En el comedor, intentando estudiar.
Golpean la puerta.
Atiendo. Mi encantador Tío Porno.

(Todos tenemos ese "tío porno", que en las fiestas familiares se toma unos traguitos de más y se pone en modo acosador hacia las sobrinas más jóvenes).

Aborrezco con todo mi ser a este personaje.

Tío Porno―: ¡Hola, sobrina!
―:(...) Hola, tío.
Tío Porno―: ¿Está tu mamá?
―: No.
Tío Porno: ¿Y tu papá?
―:Tampoco, salieron juntos con El Crío.
Tío Porno: Ah... bueno, yo tenía que venir a dejar un papel (me entrega un pedazo de hoja con unos datos).
―: (Lo agarro) Ok.
Tío Porno: Ah, una cosita, ¿puedo usar tu baño?
―: (Dios, matame, matame ahora mismo) Sí, pasá nomás.
(Corro a buscar la llave y le abro la puerta. Muy a mi pesar).
Entra y sigue derecho, como que quiere salir al fondo.
―: (WTF!) Eh, tío, el baño está acá, a la derecha (nosé porque seguís de largo, viejo verde hijo de puta, no te voy a dejar ir al fondo).
Tío Porno―: ¡AH SÍ, DISCULPÁ! Estoy con mi cabeza en cualquier lado.
―: (Sí, con la cabeza en conchas) Já, no hay problema.
Un par de minutos después, sale de baño.
Tío Porno―: ¡Listo! Bueno, te voy dejando.
―: (Al fin, andate por favor, te odio) Bueno, yo aviso que viniste.
Tío Porno: ¿Cómo te fue en tus exá... (pasa un camión y no le deja terminar su rebuscada frase).
―: Bueno tío, nos vemos.
Tío Porno: (Hace el gesto más asqueroso que puede hacer alguien: me mira y se relame los labios y su saliva de viejo verde queda en su boca. Perdí el apetito por el resto del día) ¡Avisale a tu mamá entonces que vine, chau!



Esta persona nunca me va a caer bien.



(Algún día voy a contar como el Tío Porno me quiso caer en mis 15. Viejo asqueroso).



Bondi.

Hace 3 días, tuve un sueño.
Soñé que tenía que tomar el bondi.
Entonces salí de casa e hice el trayecto de siempre.
Dos cuadras.
Pasando por la plaza.
Llegué a la parada y había un montón de gente esperando.
Cuando estaba por llegar, viene un colectivo, pero se va rápido y no alcanzo a tomarlo.
Después de esperar media hora,
viene otro, pero estaba lleno
entonces siguió de largo.
Después de eso, vienen dos
pero siguen de largo.
Cansada de esperar, decido ir hasta la parada de la avenida.
En el trayecto viene otro,
sigue de largo.
Cuando estaba por llegar a la parada de la avenida llegan 3 más,
pero no puedo agarrar ninguno...
¿Será que el colectivo te simboliza a vos?
Inalcanzable,
yo te quiero alcanzar,
pero por algún motivo, nunca puedo,
por más que estés cerca,
aunque a veces parezca que estás a centímetros,
la realidad es que siempre te escapás
y me dejás pagando.
¿Será que el sueño nos simboliza a los dos
y a esta "relación" que se prolonga y se estanca?
No podemos avanzar,
pero yo no quiero retroceder.
Y te volviste un bondi escurridizo,
y yo, una pasajera que está llegando tarde a destino
y nunca te puede tomar...



10 de septiembre de 2012

El fondo.

Mi fondo solía utilizarlo como escenario de mis primeros cuentos. Esos de la infancia, esos que nunca se olvidan. Era grande, inmenso, o eso parecía a los ojos de una nena de 6 años. Frondoso, verde, cómo sólo puede estarlo un pedazo de tierra cubierto con un sinfín de árboles de naranjas. 

Por momentos era un enorme bosque, de esos de la época medieval, opulento, ominoso, en dónde habitaban criaturas como lobos, damiselas en peligro, o algún que otro bandido de buen corazón. Había un castillo emplazado en el medio, con una fosa rodeándo sus paredes de piedra (la canaleta por dónde pasaba el agua de la cocina, o el lavadero). En otras ocasiones era una selva tropical (mas precisamente en verano), llena de tigres, cazadores e indígenas corriendo entre las ramas. Las sogas de la ropa servían de lianas, el calor de enero ayudaba a que sea mas creíble.

Cuando era invierno, a la siesta, los juegos se suspendían momentáneamente, porque mamá me encomendaba la tarea de recolectar las naranjas de los árboles. Supervisada por ella, tomábamos el gancho para bajar las naranjas, el balde para ponerlas, y nos embarcábamos en una historia digna de Huckelberry Finn. Recolectábamos suficientes para luego, ir a tomarlas en el solcito de la siesta invernal, en el garage, mirando a los autos pasar.

También solía ser el modo de comunicación con Ivan, mi vecino de la casa atrás de la mia. Ivan era unos 4 años menor. Rubio, salido de una novelita yanki, compartíamos varias horas con una reja de por medio.

Ese fondo encierra tantas travesuras, aventuras de infancia imposibles de borrar. Y hoy, cuando veo a mi propio hijo comenzando a dar sus primeros pasos en el mismo fondo en donde yo pasé tardes enteras con un festín de historias sin final, se me pone la piel de gallina.

Un poco, nada más.


(Sí, quedaría re linda una foto del fondo, pero no tengo una, ni ganas de sacarla).